24/06/19
El anuncio del ángel Gabriel a Zacarías, padre de Juan, le generó muchas dudas, pues ya eran ancianos él y su esposa Isabel, prima de María y madre de Jesús. Cuando Isabel estaba en el sexto mes de embarazo recibió la visita de María, cuando Isabel oyó su saludo el niño saltó de alegría en su vientre.
Cuando Juan creció, se convirtió en profeta: bautizaba a la gente en el río Jordán, la invitaba a cambiar su comportamiento y les anunciaba que el Reino de Dios estaba cerca, pero su misión más importante fue la de ser testigo de la luz.
El tema principal de su predicación era «Arrepiéntanse, que el Reino de Dios está cerca». La principal preocupación de Juan fue el pecado que está corrompiendo al pueblo entero; por eso migra hacia el desierto, para, desde ahí, predicar la conversión a Dios.
Juan el Bautista utiliza un lenguaje fuerte, habla del enojo de Dios que viene a cortar de raíz los árboles que no den fruto. El Bautista permanece en el desierto, no porque su labor no fuera importante, sino porque sabe que antecede a Jesús, Hijo de Dios y su misión es mostrárnoslo.
La tarea de Juan fue clara: denunciar la corrupción, llamar a la penitencia y ofrecer un bautismo de conversión y perdón. Debido a su denuncia de que la vida de pecado comenzaba por el rey Herodes fue apresado y luego decapitado por capricho de Herodías y su hija.
Jesús nos invita a encontrar en la figura de Juan el Bautista al hombre fiel y que, por esta fidelidad, enfrentó los poderes corruptos de este mundo y los invitó a reconocer sus faltas. Este desafío al poder le costó la propia vida. Jesús, la luz del mundo, va más lejos: anuncia a un Dios Padre, cercano, bondadoso, compasivo, que perdona. Su palabra, sin olvidar la necesaria conversión, busca crear una convivencia fraterna y justa, y una reacción compasiva basada en el amor.
Con información de vaticannews.va, la Redacción
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