28/06/19
«Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus vidas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,28-30).
En el corazón del ser humano hay bondad, hay deseo de Dios, capacidad de amar, y esa pizca de «locura» que hace al ser humano una persona capaz de hacer grandes cosas por los demás. Sin embargo, ¿qué nos pasa? ¿Por qué cuesta tanto a algunos cristianos salir del propio «querer y sentir» y mirar al que está sufriendo cerca de él? ¿Cómo es posible que muchos cristianos sigan creyendo que seguir a Jesús es cumplir unas cuantas normas? ¿Dónde quedó el deseo profundo de imitar la manera de vivir de Jesús?
Cuando contemplamos el Evangelio, vemos a Jesús que se acerca al que sufre. Su amor es compasivo. Está dispuesto a acortar la brecha que existe entre las personas que sufren y la vida que Dios quiere para ellos.
Para Jesús el amor es compromiso con la dignidad humana y no sólo palabras. Su amor también es gratuito. Está dispuesto a brindar su ayuda, dedica tiempo para estar con los que sufren, presta oídos para escuchar a los demás, y no teme quebrantar la ley cuando está en juego la dignidad humana.
Vatican News
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