Desde el golpe de Estado en Myanmar, el 1 de febrero pasado, casi mil civiles inocentes han sido asesinados. Hace poco en una carta de agradecimiento el rector del seminario menor de San Columbano pedía a los fieles de todo el mundo que «se preocupen y recen por la paz y la justicia en nuestro país».
Las Obras Misionales Pontificias gracias a la generosidad de tantos fieles con las campañas del Domund, de Infancia Misionera y de Vocaciones Nativas no han dejado de apoyar a las 16 diócesis católicas de Myanmar.
Desde la diócesis de Pyay, agradecen el apoyo que han estado recibiendo año tras año a las numerosas casas hogar y de acogida que hermanas de diversas congregaciones llevan adelante en esta diócesis.
Una diócesis extensa y ubicada en el Este, en la frontera con Bangladesh, una zona dominada por ríos y con lugares de muy difícil acceso y con familias muy pobres. Esto hace que muchos niños no tengan posibilidad de acceder a una educación.
La labor de las Hermanas de Nuestra Señora de las Misiones da esperanza a muchos de estos pequeños. Llevan adelante cinco pequeñas casas en las que acogen a niñas de pueblos remotos, en la misma ciudad de Pyay, en las que acogen a 185 niñas, y en Thayet, en la que los 35 niños son de minorías étnicas, pobres y de aldeas muy remotas. Algunos provienen de familias rotas y la mayoría son huérfanos.
Hay niños que no sólo no saben quiénes son sus padres, tampoco saben dónde nacieron o cuál es su zona de origen. Las sumas que se envían, 3 mil 500 dólares de media por hogar, van dirigidas a las necesidades más básicas, compra de arroz, material escolar y medicinas, que se suman a la solidaridad que las mismas familias cercanas tienen con estas casas hogar.
Para afrontar las situaciones de falta de escolarización y abandono, la Iglesia de Pyay ha ido abriendo pequeñas casas hogar unidas a las diversas parroquias. Son lugares como Paletwa, una aldea remota, que sólo es accesible por vía fluvial, a más de 900 kilómetros de la capital de la diócesis.
Alrededor de Paletwa hay otras 51 pequeñas aldeas con 600 familias católicas. Lo mismo ocurre en la parroquia de Uttalinwa, con 75 aldeas, o la de Sittwe, en la misma frontera con Bangladesh y en la que se intenta superar la hostilidad entre las dos etnias locales, los rakhine y los roghingya, que afecta mucho a los pequeños.
Todas estas casas hogar parroquiales con 30 a 40 niños cada una, a las que hay que sumar Samee, en las montañas, y Myebon, en tres pequeñas islas fluviales, han sufrido especialmente los problemas económicos derivados de la pandemia de Covid-19, por lo que las ayudas que envía la Obra Pontificia de la Infancia Misionera, aunque sean modestas, son fundamentales para afrontar el día a día.
El padre Joseph Zinghtung, el rector del San Columbano, que también recibe ayuda para las necesidades más básicas, explicaba que «su aportación es muy significativa para nosotros, dada la crisis política y social a la que nos enfrentamos en nuestro país».
Como decía el papa Francisco el pasado 16 de mayo, en la Santa Misa que tuvo con los fieles de Myanmar residente en Roma: «Queridos hermanos y hermanas, hoy quiero llevar al altar del Señor el sufrimiento de su pueblo y rezar con ustedes para que Dios convierta los corazones de todos a la paz. Que la oración de Jesús nos ayude a cuidar la fe también en los momentos difíciles, a ser constructores de unidad, a arriesgar la vida por la verdad del Evangelio. Por favor, no pierdan la esperanza».
Crédito de la nota: OMPRESS
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