«En la actual situación de emergencia sanitaria, muchos niños y jóvenes se ven obligados a trabajar para ayudar a sus familias en condiciones de extrema pobreza. En no pocos casos es una forma de esclavitud y encarcelamiento, con el consiguiente y grave sufrimiento físico y psicológico».
Así lo dice Mons. George Desmond Tambala, Obispo de la Diócesis de Zomba, en Malawi, con motivo de la Jornada contra la explotación del trabajo infantil, que se celebró en todo el mundo el pasado 12 de junio.
Aunque en Malawi las normas constitucionales establecen los derechos y la protección de los niños, adolescentes y jóvenes, en el país africano el 89% de los niños y adolescentes están afectados de alguna manera por la pobreza, por formas de trabajo infantil o no tienen acceso a la educación, la información, la vivienda, el agua y el saneamiento.
Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), hay casi 80 mil niños de entre cinco y catorce años: «muchos de ellos trabajan en las plantaciones de tabaco -informa Mons. George- con turnos de hasta doce horas, por menos de dos centavos de dólar la hora».
Los datos del gobierno señalan que en 2019 había 2,4 millones de niños y adolescentes, de entre 5 y 17 años, dedicados al trabajo infantil, lo que representa el 6% de la población (18,63 millones) en este grupo de edad. Entre 2007 y 2020, 300 niños y adolescentes de 5 a 17 años murieron y 28.000 sufrieron accidentes graves mientras trabajaban. En el mismo periodo, 47 mil 500 niños y adolescentes sufrieron algún tipo de daños a su salud debido al trabajo.
La Iglesia de Malawi se une a las instituciones en la labor de prevención y erradicación del trabajo infantil, apoyando diversas iniciativas en este sentido, junto con diversas instituciones y entidades de la sociedad civil.
El objetivo es concienciar sobre el elevado número de familias con hijos que, lejos de la escuela y la infancia, trabajan en condiciones indignas. «Es importante – observa Mons. Tambala – mostrar que el trabajo infantil es una de las formas de explotación más perjudiciales para el pleno desarrollo del ser humano y una grave violación de los derechos fundamentales de los niños y adolescentes».
«La protección de los menores es parte integrante del mensaje evangélico. Es necesario crear un entorno seguro para ellos, dando prioridad a sus intereses», concluyó.
Crédito de la nota: Fides.
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