Los chichimecas llamaban a su madre diosa de los sacrificios y guerras Itzapapalotl, o la «mariposa de obsidiana». En Teotihuacan se construyó en su honor el gran templo Quetzalpapalotl. Los habitantes de Texcoco, bajo el reinado de Acolmitzi Nezahualcoyotl, construyeron el palacio de Quetzalpapalotl a orillas del lago de Texcoco, donde realizaron investigaciones sobre el cielo, las plantas y los animales.
Entre los aztecas, la mariposa, o papalotl, era un ser sagrado que simbolizaba la muerte. Fueron las mariposas las que, en su vuelo, transportaron las almas de los caídos en la batalla. Los pobladores de Xochimilco representaban a su dios Xochiquetzal, símbolo del fuego y el alma, con cuerpo y alas de mariposa: la representación del amor y la belleza, era considerada la protectora de las plantas, pintores y artesanos. Tanto los collares de las estatuas gigantes de Tula como el calendario azteca representan a la mariposa como una representación del fuego.
Los mazahuas las llaman las hijas del sol y, como los otomíes, matlazincas y mexicas, las identifican hoy con el regreso de los espíritus que regresan año tras año para visitarlas durante las festividades del Día de Muertos, hacia el final de octubre y principios de noviembre, temporada en la que la mariposa monarca llega a México.
La mariposa monarca (Danaus plexippus) es la más conocida de todas las mariposas del centro de México. Sus alas naranjas, delineadas en negro con motas blancas, dominan los inviernos en algunas partes de los densos bosques de la región fronteriza entre el Estado de México y Michoacán. Especie excepcional, la mariposa monarca sorprende por su asombrosa adaptabilidad biológica que le permite migrar con extrema precisión cada año.
Los orígenes de la mariposa monarca se remontan a hace más de 200 millones de años, cuando África y América del Sur eran un solo continente. Con la separación de los continentes y las posteriores glaciaciones, la monarca emigró en busca del algodoncillo, que necesitaba para alimentar a sus larvas. Una vez establecidas en la parte norte del hemisferio, cuando las temperaturas bajaron, las mariposas emigraron al sur para invernar en México en los bosques templados del Eje Volcánico Transversal, donde pueden disfrutar de una amplia biodiversidad y un clima benigno. Esta migración se invierte cuando aumentan las temperaturas en el sur.
Un aspecto interesante de la conservación de la mariposa monarca en invierno es su coloración protectora. Para formar sus colonias para la hibernación, se posa sobre troncos y ramas de coníferas y pliega sus alas para mostrar su envés y mezclarse con los colores de la corteza y el follaje de los árboles, evitando así a sus depredadores. La monarca requiere de un bosque sano y tranquilo, con árboles como abetos, pinos, robles y cedros, entre otras especies, para poder desarrollar sus funciones biológicas y garantizar su supervivencia. La baja maleza del bosque también es fundamental para retener el calor durante la noche. Un bosque húmedo con musgos y variedad de plantas con áreas soleadas cercanas, sin ruidos ni perturbaciones externas conforman un hábitat propicio para la especie.
Los bosques donde se posan las monarcas en México tienen características microclimáticas muy específicas, apropiadas para su hábitat. Por su altitud, de 2.700 a 3.400 metros sobre el nivel del mar, estos bosques no pasan por cambios marcados de temperatura, con una media de 15 ° C y 50 por ciento de humedad relativa. Si la humedad relativa fuera más alta y la temperatura más baja, las mariposas monarcas correrían el riesgo de morir congeladas.
Crédito de la nota: Joel Rodríguez Zúñiga en comboni.org
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