María Ilaria de Bonis, de Missio Italia, recopiló el testimonio de misioneros de todo el mundo que se expresan con libertad ante el escándalo del conflicto ruso-ucraniano visto por los misioneros.
«Debemos escuchar las voces de los pueblos», dice María Soave Buscemi, misionera laica Fidei donum, en Skelleftea, Suecia, en el Círculo Polar, y que tiene la experiencia de treinta años de misión en Brasil: «Como misionera fue muy importante para mí comprender el punto de vista de quienes viven en los territorios entre Rusia, Noruega y Finlandia. Mucha gente aquí tiene miedo: en países que no son parte de la OTAN, como Finlandia, hay una sensación de peligro».
Y añade: «Esta semana he escuchado mucho a la gente del círculo polar ártico, donde el único pueblo indígena, el de los sami, que los colonialistas llaman lapones, está perdiendo sus territorios: está fragmentado por la deforestación. Los sami, empobrecidos, ya no saben a dónde llevar sus renos». En el extremo norte, la misionera lleva adelante la pastoral en coordinación con la Iglesia Luterana de Suecia y explica que «ha reflexionado mucho sobre el tema de la guerra en Ucrania y sobre la necesidad de tener cuidado de no polarizar en buenos y malos».
«Rusia no se extiende solo desde Moscú hacia el Oeste», dice la misionera, «sino también hacia el Este sin límites: no olvidemos esta parte del mundo, todo el territorio desértico y helado de las estepas. La gente percibe que el dolor está en todas partes: tanto entre los llamados ‘buenos’, los ucranianos, como entre los que llamamos ‘malos’». Confirma que «nuestro ‘no a la guerra’ no es un no a la guerra en Ucrania, ¡es un no al conflicto de todo tipo! Un no a las armas. Es una invitación al diálogo». Sabiendo muy bien que el diálogo tiene que iniciarse mucho antes de cualquier emergencia bélica. «Los finlandeses dicen que es importante para ellos dialogar, siempre lo hemos hecho.
Pero son hábitos, prácticas que hay que cultivar…». Además, explica Buscemi, el embargo a Rusia «significa que en el campo y en las estepas desérticas faltará lo mínimo necesario para comer». Las patatas, por poner un ejemplo, no las puedes comprar libremente, las tienes racionadas. Falta lo necesario para vivir y esto nos lo han dicho. Son los más sencillos, no los oligarcas los que salen perdiendo».
Al otro lado del globo, desde la barriada Deep Sea en las afueras de Nairobi, Kenia, otro misionero, Ettore Marangi, explica cómo se percibe la guerra de Ucrania desde la perspectiva africana. «Debemos negociar a toda costa. Se trata de salvar la vida de las personas. No tendría ninguna duda si tuviera que elegir entre salvar la vida de los míos, aquí en Deep Sea, y mantener la integridad de un territorio… ¡No tendría ninguna duda! Veo tanta retórica mesiánica en el frente ucraniano». Abatido, Fray Ettore dice: «realmente estamos fuera de un contexto de negociación, no es el camino correcto en mi opinión.
Nos hemos centrado en los líderes, todo lo demás es guarnición. Los pueblos son la guarnición. Además, veo un cristianismo muy identificativo, no basado en el mensaje evangélico: falta un discurso centrado en los derechos humanos. Si las luchas no se hacen sobre la base de los derechos humanos, ¿qué sentido tienen las palabras libertad y democracia?». Cuando desde Popoli e Missione le preguntan sobre la vida cotidiana en un barrio pobre de seis mil habitantes que vive de desechos, Fray Ettore se ríe: «¿Quieres saber cuál es nuestra emergencia en estos días? El agua. No tenemos más agua. Nos han quitado incluso la conexión al agua en Deep Sea, porque están haciendo obras para construir una carretera. Para ellos seis mil personas que están sin agua, llamémosla potable (pero siempre hay que tratarla con cloro) no cuentan para nada. ¿Y crees que esta carretera que están construyendo será útil para los que viven en los barrios marginales? No».
Explica que es un gran proyecto para el tráfico de la ciudad, mientras que las chozas de los barrios marginales amenazan con ser demolidas, por eso, concluye: «Así es como se vive cada día en las afueras de Nairobi. No hay necesidad de inventarse guerras y armas en otras partes del mundo. Ya basta con lo que se sufre aquí…».
África está acostumbrada a la guerra, nos recuerda Ettore: «En Sudán del Sur la gente nunca ha vivido en paz. En el este del Congo lo mismo. La violencia está asociada al deseo de democracia. Y por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, también se está afrontando este miedo en Europa…». Ettore llama la atención sobre el doble nivel de los refugiados, la disponibilidad reservada a los ucranianos que no vemos hacia los africanos, lo que llama prejuicio y colonialismo cultural. «Estamos seguros de que si más africanos llegaran a las costas europeas serían considerados una carga».
El padre Diego Dalle Carbonare desde Sudán, que todavía se bate contra el golpe de estado militar, dice: «la gente aquí en África ve que las armas que se usan en Ucrania no son rifles africanos: estamos acostumbrados a las guerras de baja intensidad, que nunca se detienen, pero matan durante más tiempo. Una guerra como la de Putin, desencadenada con tanques y bombas, de alta potencia, causa una gran impresión». Por el contrario, explica, «en África se muere lentamente, se muere fuera de los focos, y en tiempos tan largos que la muerte ya no es noticia».
La hermana Elena Balatti, misionera comboniana desde el vecino Sudán del Sur, vive una guerra de guerrillas ininterrumpida: «Las imágenes de Ucrania nos llegan. Se utiliza mucho Facebook, las redes sociales brindan noticias sobre la guerra. Nos preocupa la invasión de Putin, pero rezamos por la paz».
Crédito de la nota: OMPRESS.
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