El niño que ven en la foto se llama Óscar, tiene 12 años y ha pasado solo el Río Grande en la frontera entre México y Texas. Óscar salió de Guatemala, hace un mes, sin un adulto que lo protegiera. «Mi madre dijo que no llorara — contó a un periodista de Afp — pero aún así he llorado». La madre, soltera y empleada de limpieza, esperaba que el tío residente en Los Ángeles pudiera cuidar de él. Y así, Óscar emprendió solo el camino hacia Estados Unidos.
Él es uno de los cientos de niños que cada noche la cadena de los traficantes de la desesperación abandona en la orilla estadounidense del río, en la ciudad de Roma de 10 mil habitantes. Cada niño tiene una pulsera amarilla, parecida a las que se usan para entrar en los parques de atracciones con la prueba de haber pagado en la muñeca. Cada noche llegan muchísimos a Roma, también lactantes en brazos de madres que son niñas.
Hace tres días se supo de una pequeña familia abandonada a mitad de camino en un islote por los traficantes. Una niña de 9 años, la hija mayor, murió después de haber sido atendida por la policía de frontera estadounidense.
Fue ella, guatemalteca como Óscar, la primera niña víctima de la nueva oleada de refugiados que, como sucede periódicamente, sube desde América Latina hacia Estados Unidos. La causa de la muerte sería ahogamiento: los traficantes podrían haberla tirado por la borda. Quizá porque le faltaba la pulsera.
Son ya 18 mil los niños no acompañados, como Óscar, en custodia del gobierno de Estados Unidos. La previsión oficial es que muchos otros llegarán en los próximos meses. El presidente Biden ha encomendado a la vicepresidente Kamala Harris toda la crisis humanitaria y diplomática.
Crédito de la nota: Vatican News.
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