25 noviembre, 2024

Comida, techo y calor gracias a la Infancia Misionera

El Hogar San Jerónimo en Beira, Mozambique, sobrevive por las aportaciones que se recogen durante la jornada de la Infancia Misionera.

Carlos Moratilla es un misionero somasco que ha estado al frente del Hogar San Jerónimo para la acogida de niños de la calle en Beira (Mozambique). El centro es, literalmente, eso: un hogar donde reciben comida, techo y calor humano aquellos niños que han sido abandonados por sus familias en situaciones difíciles.

«En Mozambique, lo normal es que las familias privilegien a las niñas por las posibilidades económicas que ofrece una posible dote al casarse. Además, son las que sacan adelante las labores del hogar. Así, a medida que van creciendo, los niños acaban en la calle, donde nosotros los recogemos», afirma el misionero.

En Beira, los somascos les han ofrecido durante todos estos años un centro de formación profesional, un orfanato para vivir con 54 plazas y un local que da alimento a aquellos que no han logrado salir del todo de la calle. «Centros del Gobierno que den asistencia al barrio no hay ninguno», explica Moratilla, que apostilla: «Si no hubiésemos estado con estos chavales…».

Al depender exclusivamente de ayudas externas, la misión ha tenido muchas dificultades para mantener sus instalaciones. De hecho, el orfanato ha sobrevivido gracias a los fondos recaudados cada año por la Infancia Misionera. Siempre ha sido una ayuda fija, de las pocas instituciones que colaboran en lo más básico, como el mantenimiento o la alimentación.

Moratilla está ahora en una parroquia en la capital, Maputo. «Aquí la Infancia Misionera se vive de una manera especial, con mucha solemnidad y fiesta. De hecho, en Mozambique es normal que las parroquias tengan cada una un grupo muy fuerte», añade.

Así, los niños se implican en la misión a través de catequesis que no se limitan a lo sacramental, actividades, juegos, encuentros de jóvenes, excursiones… «También animan la Misa, bailan y organizan una buena celebración, porque aquí no hay fiesta sin comida», asegura el misionero.

Se trata, en definitiva, «del niño que evangeliza al niño, que invita a sus amigos a las celebraciones». «Ellos tienen mucha conciencia de la necesidad de llevar a Jesús a otros niños. Y lo tienen muy presente, empezando por los que tienen al lado», concluye.

Crédito: Alfa y Omega. Foto: OMP