«Se quedan permanentemente en el Internado porque es su única posibilidad de estudiar primaria y secundaria: algunos tendrían que navegar siete días por el río para volver a sus pueblos. Los más cercanos tardarían cinco o seis horas».
El Colegio «Santa Clotilde» tiene una historia de gratuidad y misión que comenzó en la década de 1950, cuando las Hermanas Canadienses de la Congregación de las Misioneras de Nuestra Señora de los Ángeles se dieron cuenta de que las jóvenes indígenas que habían llegado a la ciudad para tratar de estudiar no tenían un lugar donde hospedarse. Fue entonces cuando las Hermanas Canadienses abrieron un primer internado para mujeres.
En 1994, la obra pasó a manos de la Congregación Mexicana de las Siervas de Jesús Sacramentado, que aún hoy se ocupa de ella y que, gracias al apoyo del Vicariato Apostólico de San José de Amazonas, a lo largo de los años también ha abierto un internado para chicos.
Vivir en Santa Clotilde, en la selva amazónica peruana a orillas del río Napo, significa disponer de agua potable no purificada durante treinta minutos al día, electricidad durante cinco horas, utilizar barcas y canoas para desplazarse, pasar tres días y dos noches en una barca para llegar a la ciudad más cercana: las barcas rápidas más pequeñas se llaman «rápidas», pero sus recorridos siguen durando no menos de ocho horas.
Santa Clotilde, en la región de Loreto, se encuentra en el Vicariato Apostólico de San José de Amazonas, donde la población está compuesta en su mayoría por grupos indígenas con condiciones económicas precarias. Los únicos medios de subsistencia en esta parte de la Amazonia son el cultivo de la tierra, la pesca y la caza. No hay fábricas ni empresas, y el nivel de educación en las comunidades indígenas es muy bajo. Los maestros y profesores que trabajan en estas comunidades sólo imparten clases unos tres meses al año, y a menudo los niños y jóvenes no saben leer ni realizar las operaciones matemáticas más básicas. Los profesores suelen pasar gran parte de su tiempo viajando y, cuando llegan a los distintos lugares, imparten clases a alumnos de todos los grupos de edad. Por eso al profesor se le llama «unidocente».
«Chicos y padres acuden a ‘Santa Clotilde’ con la esperanza de que la educación pueda dar a sus familias y comunidades un futuro mejor. Desgraciadamente -reconoce la hermana Vianey Ambriz- las familias de las que proceden estos chicos y chicas sólo tienen escasos recursos económicos, sino también una situación precaria en cuanto a servicios. Esta zona del país está en total abandono, el nivel de pobreza aquí es extremo y los que más sufren son los niños y jóvenes».
Los alumnos alojados en el «Santa Clotilde» asisten a la escuela pública «Lucille Gagne Pellerin», que garantiza una educación integral y continua. La colaboración en la limpieza de los espacios individuales y comunitarios, las actividades recreativas y deportivas y los talleres de producción (cría de aves, pescado, productos de panadería) forman parte de las actividades escolares. Los chicos y chicas también asisten al catecismo y participan en actividades y obras de la infancia y la adolescencia misionera.
Crédito de la nota: Agencia Fides.
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