Por: Gustavo González Hernández, seminarista comboniano
Este es un testimonio sobre las vivencias que he tenido al realizar mi apostolado dentro del seminario.
Durante el primer año en el seminario, el apostolado estuvo suspendido debido a la contingencia del Covid-19, hasta el segundo año se reanudó la actividad. Al inicio tuve diferentes expectativas sobre cómo actuaría, ya que nunca había tenido una experiencia igual, lo más similar fueron las misiones durante mi primer año. No sabía qué hacer, por lo que pedí a Dios me iluminara y me ayudara a perder el miedo. Con esperanza, puse manos a la obra.
Formamos equipos con los que trabajaríamos y quedé satisfecho con el que me tocó. Nos asignaron a una comunidad aquí en Sahuayo, Michoacán. En segundo lugar nos informaron que ayudaríamos en la capilla dando catecismo y acompañando a la comunidad en la misa. Esto sería todos los sábados de cada semana.
Cada equipo debía llegar a la hora indicada, y al mío le tocó dar clase de catecismo a las 5 de la tarde y la misa a las 6. A todos nos motivo y llenó de alegría saber que transmitiríamos a los niños nuestro conocimiento en la fe y prepararlos para su primera comunión.
Entonces fui a la biblioteca en busca de material que nos pudiera servir o dar alguna guía sobre los temas que abordaríamos durante el catecismo. Nos reunimos y presenté el material escogido al equipo. Ellos estuvieron de acuerdo y comenzamos a organizarnos sobre lo que haría cada uno y nos distribuimos los temas que impartiríamos en el catecismo con los niños.
Mi primer encargo fue tocar la guitarra y acompañar la misa con los cantos. No tenía mucho que había aprendido a tocar guitarra, por eso me ilusionaba participar, porque me parece mejor una misa acompañada por un instrumento que sólo cantando.
El sábado vimos que la capilla era una estructura pequeña, pero muy hermosa, adornada con telas y lámparas. A un costado tenía un espacio amplio y al aire libre, ahí impartimos el catecismo. Cuando llegaron los niños me puse muy contento, pero también muy nervioso, ya que, como había dicho, era mi primera experiencia de este tipo; ellos se fueron sentando en las bancas de afuera y comenzamos.
Nos percatamos que no todos los niños sabían leer ni escribir. Esa fue la primera dificultad que se nos presentó, implicaba un gran reto enseñarles sólo con palabras. Sentí que Dios se hizo presente en esa situación. Me puse a pensar: Jesús predicó a sus discípulos a través de palabras, discursos y el ejemplo. Así que me llené de fuerza y esperanza, supe que, aún sin saber leer, recibirían ese conocimiento y harían su primera comunión.
También implementamos actividades, juegos, dinámicas y dibujos. Desde el primer sábado hasta ahora han dado muy buenos resultados. En estas pruebas, es donde Dios nos habla y; Él siempre lo hace en situaciones desafiantes, por eso, lo tenemos presente en nuestras vidas y escuchamos su mensaje con atención para dejarnos guiar por Él.
Dios nos habla y nos acompaña cada día, pero a veces no queremos entender o escucharlo. ¡Estemos atentos!
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