Antes de la celebración, Francisco da las habituales recomendaciones: «¡Es importante que los niños se sientan bien!» Sofía, Vittoria, Tancredi Tito, Edwin Gabriel y los otros 17, «hoy son ellos los que mandan», explica el Papa, «y nosotros debemos servirles, con el Sacramento, con la oración». Las madres están invitadas, como de costumbre, a alimentar a sus bebés, si tienen hambre, a cambiarlos, si tienen calor.
Con las manos temblorosas por la emoción, los padres se acercan al Papa para que sus hijos reciban la señal de la cruz en la frente. Algunos patalean, otros están más tranquilos. Francisco recibe a todos con una sonrisa y, si hay un hermanito o hermanita, les hace marcar al bautizado en la frente. Entrando en el corazón de la celebración, las voces de la «Schola Cantorum» suenan para los pequeños casi como una nana, arrullando el plácido sueño de algunos de ellos. «Que crezcan en la fe», es el deseo de Francisco, para que los pequeños vivan «una verdadera humanidad, en la alegría de la familia».
Al final de la celebración, el Papa saluda a las familias de los bautizados: intercambia unas palabras y entrega un regalo a cada una de ellas. La administración del Bautismo a los hijos de los empleados del Vaticano forma parte de una tradición instaurada en 1981 por Juan Pablo II, con un único cambio: los dos primeros años los bautizos tuvieron lugar en la Capilla Paulina, desde 1983 y hasta este año, en la Capilla Sixtina.
Crédito de la nota: Vatican News
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