Les contaré sobre mi experiencia en los apostolados. Cada sábado, mis compañeros del seminario y yo vamos a algunas comunidades de Sahuayo, entre ellas, a la Barranca y a La Flor de Agua. Los niños nos reciben con tanta alegría, que nos llenan de felicidad. Estos pequeños hacen que el esfuerzo valga la pena.
Nuestro apostolado consiste en darles catequesis y enseñarles algunas oraciones para que se animen a hacer su primera comunión; también jugamos con ellos. Cuando me dijeron que como apostolado iría a dar catecismo, me puse muy nervioso y un poco ansioso por ir con los más pequeños de la Iglesia a compartir lo que sabemos.
Al principio, observé que, tanto ellos como nosotros, estábamos nerviosos, pero después del primer día, compartimos risas y los seminaristas nos sentimos muy bien recibidos por los niños, la comunidad y el párroco.
A veces nos cuesta un poco de trabajo, porque hay niños que no saben leer ni escribir. Nuestra misión es que aprendan más allá del catecismo, que conozcan nuestra vida como seminaristas, sobre las personas consagradas en la Iglesia, sobre lo que hace un párroco… la verdad es un gran trabajo, porque contamos con el apoyo de la comunidad y padres de familia.
Los niños nos tratan como parte de su familia, nos dicen hermanos o tíos; eso es lo más hermoso, que las personas que casi no nos conocen, nos tengan un cariño sincero. El tiempo que estamos con ellos se va como agua, porque nos llenan de felicidad y hasta recordamos nuestra propia infancia.
Cada sábado es una nueva aventura, con muchas risas, diversión y juegos que nos hacen unirnos más como familia en nuestra madre Iglesia; a los seminaristas nos gusta estar con personas de diferentes lugares, porque nos ayudan a reconocer todo lo bueno que Dios nos pone en nuestros caminos de formación espiritual.
Cada niño nos inspira a seguir ayudándolos en este proceso del catecismo; tenemos gran variedad de pequeños, unos más chistosos, otros más callados, pero todos son muy especiales y cada uno tiene ese «sí» que nos permite apoyarlos en su formación. Cada sábado nos despiden muy bien y nos dicen: «Que Dios los bendiga, hermanos». Y nos vamos muy contentos recordando sus aventuras. Además, los niños del catecismo nos apoyan mucho en las ventas del semanario, nos ofrecen algo de comer y jugamos tanto, que terminamos muy cansados, pero muy alegres y contentos de nuestro apostolado.
La infancia es un tiempo que nos marca para el resto de nuestras vidas. En esta etapa aprendemos a relacionarnos, a expresarnos y a percibir el mundo. Es ahí cuando los niños empiezan a conformar su personalidad.
Los invito a que conozcan la vida del seminario, la verdad es muy bonita; les va ayudar a encontrar el camino que Jesús quiere para que no tengan miedo de decir «sí». «Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame» (Mateo 16,24).
Diego Estrada Cárdenas del primer año de Aspirantado.
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