21 noviembre, 2024

Después de la sequía

Es un gusto saludarlos y compartir con ustedes la experiencia de misión realizada en la pasada Semana Santa por el grupo de seminaristas combonianos de Sahuayo.

Por: Neyzer Jesús Zambrano Silva, seminarista comboniano

Fuimos destinados a la parroquia de Gualterio, en Chalchihuites, Zacatecas, en la comunidad llamada San José de Ranchos; nuestro corazón permanecía a la expectativa. Llegamos el sábado por la noche (un día antes del Domingo de Ramos) y creíamos que estábamos en un pueblo fantasma, pues apenas había rastros de vida.

La mañana del Domingo de Ramos transcurrió de la misma manera, mientras recorríamos las calles del ranchito, apenas se alcanzaban a distinguir algunas caras gastadas por los años, pero todas nos recibieron con mucho cariño, como si ya nos conociéramos. Tuvimos una gran sorpresa a la hora de la celebración al ver muchas personas reunidas para acompañarnos en la procesión. Comenzamos los ritos y nos dirigimos hacia la capillita de la comunidad, que se llenó; fue hermoso ver cómo un lugar tan vacío, de pronto cobró vida y se llenó de personas que anhelaban acompañar a Jesús.

Ese momento fue sólo una pequeña probadita de todo el gran cariño que recibiríamos esa semana. Sin duda, fue una experiencia llena del amor de Dios. El Lunes Santo comenzó el verdadero reto de atender a la comunidad, con catequesis y celebraciones, porque como misioneros buscábamos llegar al corazón de las personas y lograr que la Semana Santa no fuera simplemente otra más, sino algo especial.

El catecismo fue dividido e impartido en tres grupos: niños, jóvenes y adultos. Cada catequesis conlleva sus propios retos, pues es muy diferente la modalidad de los más pequeños, que con los sabios ancianos de la comunidad. Gracias a Dios y al Espíritu Santo, todo salió de maravilla y la respuesta de las personas aumentaba cada día, esto nos motivó muchísimo, sobre todo al saber que la comunidad enfrentaba una sequía de feligreses. De hecho, llevaba una racha de apenas 4 o 5 participantes en cada celebración, equivalente a un pequeño grupo de catequesis. Pero nos sorprendió la respuesta de las personas y apenas cabíamos en la capilla.

Al pasar de los días nos dimos cuenta de las ocupaciones de los habitantes de aquel tranquilo lugar, eran tierras dedicadas a la siembra de maíz y frijol, además de la ganadería; aprovechaban todos sus recursos haciendo unos deliciosos quesos y cualquier producto lácteo, tanto para consumo propio como para venta. El carisma de todas las personas era algo simplemente maravilloso, con su fe tan pura y arraigada y por su cálido corazón.

Tristemente, y a causa de la ignorancia humana, las tierras zacatecanas han sido explotadas durante mucho tiempo por la minería, debido a la gran riqueza de sus terrenos y al desmedido deseo de poder de los hombres pudientes de nuestra nación. Esto afectó drásticamente a las comunidades de la localidad, pues para realizar las excavaciones se absorbe gran cantidad de agua, dejando a los campesinos sin su principal elemento para su trabajo, provocando que los campos se secaran e impidiendo el riego artificial; aunado a esto, han enfrentado gran sequía de lluvias, provocando que las parcelas se convirtieran en tierras de plantas y sueños muertos.

Todo lo anterior ha causado una ola de inmigrantes a nuestro país vecino. Se van en busca de una vida mejor para toda la familia, dejando un rancho casi fantasma, habitado por gente mayor, contribuyendo así a la «mortuoria» paz de las calles, pero en cada hogar el amor es incomparable.

La Semana Santa se vivió con bastante intensidad, fueron celebraciones llenas de vida. Se podía sentir el ardiente fuego de la fe de cada una de las personas. El anhelo de tener una esperanza ante todas las adversidades retumbaba con fuerza en cada rincón de la acogedora capilla. La gente se veía contenta porque un grupo de seminaristas misioneros los acompañara y se les desbordaba la alegría a través de los orificios de sus dientes; mostraban sonrisas puras y sinceras que jamás nadie me ha ofrecido en toda mi vida.

Puedo asegurar que Dios se hizo presente en cada minuto que pasábamos junto a esas humildes almas, jamás había vivido un Triduo Pascual tan pleno de fe; un Jueves Santo donde el amor fue a manos llenas, un Viernes Santo donde la entrega fue total y una Vigilia Pascual donde los corazones latieran tan fuerte anunciando que realmente estamos vivimos, pues Cristo murió y resucitó por nosotros para que tengamos una vida en plenitud; Él camina con nosotros y está ahí en cada caída, consolando nuestros corazones y recordándonos que nunca es tarde para revivir en su amor.