Sin faltar la convivencia y el trabajo en equipo con mi Familia Comboniana, en donde sacerdotes, hermanos, seculares y laicos pudimos escucharnos y apoyarnos. Es por eso que agradezco al papa Francisco y a las Obras Misionales Pontificas por invitarnos a seguir siendo parte de este proyecto que Jesucristo nos heredó, la construcción de su Reino.
Estos eventos son espacios donde nuestra Iglesia católica permite a los jóvenes encontrarse con Jesucristo a través de un sinnúmero de actividades en las que la oración les ayuda a tener un encuentro personal con Él; temas en común para su crecimiento, peregrinaciones que crean lazos de amistad, puesta en común para llegar a acuerdos, conocimiento de otras culturas, foros, conciertos, marchas, así como poder recorrer la Ciudad de la Alegría en la feria vocacional, donde el encuentro con la variedad de carismas misioneros de la Iglesia, les permiten conocer diferentes realidades que los sensibilizan a las necesidades de los demás.
Es inexplicable la experiencia común de orar, escuchar historias, reír, sufrir, cantar, bailar, llorar, batallar, comunicar, dormir, soñar, admirar y respirar en un mismo lugar abrazando «el amor de Dios». Todo problema disminuye porque sabemos que Dios nos ama y nos protege al darnos ese tiempo para sanar cualquier herida y elegir lo que es bueno para nuestra vida, así como somos y ahí donde estamos. Estas palabras nos llenan de esperanza para seguir recorriendo nuestro camino con la confianza de que en las caídas Dios nos ayudará a levantarnos, mientras que en los logros nos enseñará a compartirlos. La comunión que generan estos encuentros nos da la fuerza para regresar a nuestra realidad y buscar la forma de dar vida ahí donde hay muerte.
El mensaje central del papa Francisco a los jóvenes nos permite como misioneros atrevernos a llevar el Evangelio a todas las realidades que este mundo nos presenta en comunión con los obispos. Estas palabras que nos ayudan a saber cómo continuar en nuestra realidad, son la clave para hacer vida el Evangelio. Abrir nuestros brazos y recibir con amor a los hermanos que nos necesitan es el legado que nos ha heredado Jesucristo. Dejemos la indiferencia y actuemos con coherencia; porque todos podemos hacer algo para cambiar nuestra realidad. Los invito, queridos hermanos, a descubrir el plan de Dios en nuestra vida para que, dejando los miedos, podamos emprender el viaje de la misión.
Beatriz Maldonado Sánchez,
Coordinara de los Laicos Misioneros Combonianos
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