Por: Miguel Ángel Xavier Zarco Martínez, seminarista comboniano
Creer en Dios es una verdadera misión, debido a los obstáculos que deben superarse, porque el camino es muy duro en los momentos de prueba. Misión es evangelizar al pueblo que se nos fue otorgado.
El pueblo al que fuimos en Semana Santa era un lugar de pobreza, pero con riqueza de espíritu. Ahí nos preparamos para vivir con alegría la Semana Mayor. San Daniel Comboni nos dice que hay que estar siempre disponibles a todo lo que venga en nuestro camino de misión. Esto significa entregar nuestra vida totalmente, predicar en lugares pobres, porque dice Jesús: «el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que la pierde por mi causa la hallará, de qué les sirve ganarse al mundo entero, si pierden su alma».
La misión es entregarse a ella, dar lo que uno tiene para que nuestras obras den fruto y nunca dejar las cosas a medias. Nuestro fundador, san Daniel Comboni, nos dice: «si tuviera mil vidas las daría todas por la misión».
Aprender de las personas
Se aprende mucho de las personas que nos escuchan en la misión. Muchas familias nos invitaron a almorzar, comer y cenar, y nos comentaron que nosotros éramos el único grupo que ha mostrado vocación con firmeza y esperanza.
Llegamos a la parroquia asignada el sábado por la noche, prácticamente a dormir, pero antes nos dividimos en cuatro grupos de semanistas, con tres integrantes cada uno, porque cada grupo iría a una comunidad diferente. Además, iba con nosotros un pequeño número de vocacionados, pero ellos se quedaron juntos y en una comunidad lejana de la nuestra.
Cada grupo de seminaristas se dirigió a su propia comunidad el domingo. Mi equipo estaba formado por Cristian, Ángel y yo. Llegamos ese mismo día por la noche a la comunidad y el lunes, Cristian dio catequesis a los adultos para explicarles de qué trataba el Jueves Santo y Ángel y yo dimos la catequesis a los niños y adolescentes.
El martes, a Cristian y Ángel les tocó dar el tema a los niños y jóvenes y a mí a los adultos. El miércoles le correspondía a Ángel la catequesis de adultos, pero como no se sentía bien preparado, Cristian y yo lo suplimos.
Los días más importantes de la Semana Santa son el Jueves, Viernes y Sábado Santo, participamos con la comunidad en el Lavatorio de pies, en la Última Cena, en la Pasión del Señor Jesucristo y la Resurrección.
El Jueves Santo ayudamos al padre a lavar los pies, para mí fue una experiencia muy hermosa porque nos recuerda que Jesús se adapta a los pobres. El Viernes Santo realizamos el viacrucis por las calles del pueblo, recordando la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Con el cirio pascual, el Sábado Santo por la tarde se celebró la misa en memoria de Cristo, quien resucitó y salvó a la humanidad; al terminar la celebración cenamos con una familia que ya nos había invitado.
El Domingo de Resurrección desayunamos con otra familia que nos recibió muy feliz, aunque luego se puso triste cuando supo que ya nos íbamos. Al mediodía salimos de la comunidad y llegamos más tarde al punto de partida.
Esa misma noche viajamos a la Ciudad de México para llegar al amanecer a la Central del Norte. De ahí me fui hasta mi casa, con mis papás y mis hermanas, a quienes les conté lo feliz que estaba por mi primera experiencia misionera como seminarista.
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