Páginas del Evangelio hechas carne con un Papa emocionado ante un sufrimiento frente al que, como ha dicho en tantas ocasiones, sólo hay lágrimas y no explicaciones, pero al mismo tiempo sonriente al ver la emoción irrefrenable de una población con una fe profunda que no mira cordones de seguridad ni protocolos sino que sólo quiere tener una bendición del Sucesor de Pedro.
De nuevo hoy, como ayer a su llegada, el recorrido desde la Nunciatura hasta Casa Irmãs Alma estuvo marcado por cordones incontenibles de personas en las calles que, con gritos, banderas, aplausos, lágrimas y saltos de alegría, saludaron el paso del coche papal. El impacto fue fuerte a la entrada de la Casa, adornada con flores, alfombras rojas, una extensión de regalos, rosarios, estatuas de la Virgen de Fátima, con una niña de menos de cinco años, focomélica, que junto con otras dos niñas de la misma edad vestidas con ropas tradicionales y una coronita le dieron la bienvenida y le honraron con un tais, el pañuelo tradicional timorense. Francisco la abrazó y le colocó rosarios y caramelos en el cinturón. Entonces el Papa se dirigió a sus colaboradores: «¿No se puede hacer algo por ella? ¿Podemos operarla?», preguntó.
Son enfermedades incurables, de hecho, las que padecen la mayoría de estos niños, y es exasperante ver que no se ha podido intervenir en enfermedades curables durante el embarazo, debido a la pobreza y a la escasez de medios médicos. Lo único que queda ahora es el amor por estas personas completamente ciegas, autistas, discapacitadas, con síndrome de Down.
Amor «es lo que se encuentra aquí: amor», subrayó el Pontífice en su breve discurso, precedido por el saludo de la superiora, sor Gertrudis Bidi, en el interior de la Sala San Vicente de Paúl. Un amor visible en pequeños gestos como el de las monjas calmando a un niño que había roto a llorar al comienzo del encuentro, o sosteniendo a niños no tan pequeños que se habían quedado dormidos.
«Sin amor, esto no se puede entender», dijo el Papa. «No podemos comprender el amor de Jesús si no empezamos a practicar el amor. Compartir la vida con los más necesitados es un programa, su programa, es el programa de todo cristiano», insiste. A continuación agradece a las monjas y a sus colaboradores por lo que hacen y también a los niños y niñas «que nos dan el testimonio de dejarse cuidar por Dios».
Crédito de la nota: Vatican News
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